Muchos de estos pintorescos pueblos afianzados a las orillas del Mar Mediterráneo antes mencionados ofrecen una gran variedad de actividades relacionadas con el mundo marino, su flora y fauna, con el objeto de sumergir, nunca mejor dicho, a las personas (metecos y autóctonas) en las maravillas de este poco conocido mundo paralelo al nuestro. Una de ellas, por ejemplo, es la práctica del submarinismo, el cual se desarrolla en grupo y con la constante presencia de un monitor especializado, que vela por la seguridad bajo el agua. A la primera vez que se lleva a cabo este deporte se le llama bautismo, y las opiniones con respecto a él varían, lógicamente, en cada persona. Por tanto, la sumersión puede encantar o resultar muy desagradable. Aun así, es recomendable vivir esta inolvidable experiencia, especialmente bella en Almería.
Uno de los pueblos costeros almerienses con más encanto y, en contra, no de igual manera conocido, es Carboneras, situada al este de Andalucía, junto a Cabo de Gata, Garrucha... La historia de este pueblecito está envuelta por un manto misterioso a la par que artístico. Durante muchos años se asentaron en esta pequeña localidad numerosos poetas y pintores, que buscaban entre el rumor de las olas aislarse del mundo. Ante la inmensidad de las saladas aguas añiles, el furioso viento de levante y los térreos paisajes desiertos hallaban la ansiada inspiración de las Musas griegas estos bohemios artistas del pasado. Hoy día, aunque la globalización no ha dejado al margen a Carboneras, continúan frecuentando sus playas en busca de ese estímulo instantáneo que parece de origen divino.
Cerca del pueblo encontramos una de las playas almerienses más conocidas, si no la que más: la famosa Playa de los Muertos, la cual merece la pena conocer. Para acceder a ella es necesaria la bajada de una escarpada cuesta, que serpentea por entre rocas y arbustos plagados por el camino. Aunque la tarea se presenta un tanto ardua, la alentadora imagen del brillante mar como telón de fondo nos anima a continuar el descenso. Ya dejada atrás la pendiente, no así su envolvente presencia junto con la de los altísimos acantilados, llegamos por fin a las casi blancas arenas allendes a la mar, a la cual accedemos traspasando un pequeño montículo. El agua nos recibe fresca y transparente, invitándonos a sumergir por entero nuestro cuerpo. Unos metros al este, casi en el extremo opuesto, visualizamos el elemento más característico de esta playa: la gran roca que, a medida nos acercamos, incrementa su tamaño más y más. El monumento de la naturaleza, respaldado por gigantescas paredes pétreas, se presenta ante nosotros con aspecto multiforme, invitando a nuestra imaginación a asignarle un rostro definitivo. A su sombra toman asiento todo tipo de visitantes, seducidos por el frescor y la protección que proporciona la gran roca. Unos metros más allá encontramos una pequeña cueva, de considerable entrada y diminuto fin, castigada en su interior por la huella que el hombre deja tras de sí. No es posible avanzar más; hemos llegado al final de la playa. No obstante, sí nos es posible tomar otro baño en esta zona, en la que, por efecto de la contundente presencia de la Roca, las aguas se tornan de un azul más intenso si cabe, sin perder la transparencia característica de estas costas andaluzas.
Una vez de vuelta en el pueblo, tras vencer con éxito el empinado sendero después de un agradable baño, se nos oferta una amplia variedad de bares y restaurantes para disfrutar de una placentera comida, la elección de la cual nos viene determinada también por una extensa carta. Es recomendable, por razones obvias, degustar algunos de los pescados que la mar de Carboneras nos ofrece, de sabor instenso y sabroso como el propio océano. De mil maneras se elaboran estos alimentos; todas ellas merece la pena probar, ya sea frito, asado, marinado... Además de frutos del mar, son de estimar otras muchas otras comidas o tapas de Almería, como las papas arrugás, consistentes en patatas hervidas condimentadas generosamente con sal; el remojón, una auténtica delicia de la gastronomía almeriense elaborada con patatas, cebolla, naranja, aceitunas negras y tomates, entre otros ingredientes. Ya degustados estos fantásticos platos, los alrededores de Carboneras nos ofrecen, una vez más, infinidad de posibilidades para deleitar nuestros sentidos. Así, nos es posible admirar el impresionante promontorio de coral fosilizado millones de años atrás, convertido ahora en una suerte de pequeña montaña que los carboneros bautizaron en algún momento de la Historia como Mesa Roldán. Este gran domo volcánico, transformado con el paso del tiempo en un magnífico arrecife, se hizo visible con la bajada progresiva del nivel del mar.
En lo alto de la Mesa se divisa, reconstruida y majestuosa, la torre que, al estar situada en uno de los puntos más elevados del litoral almeriense, sirvió durante muchos años como atalaya para evitar posibles invasiones. Y aunque el ascenso es sólo equiparable a la bajada a la Playa de los Muertos, merece igualmente el esfuerzo, ya que el regalo que a la vista se nos hace una vez en la cima desmerece cualquier objección: Carboneras a nuestros pies; un cúmulo de decenas de casitas blancas resplandeciendo por la incidencia del sol sobre ellas, bañadas casi por las hermosas aguas del Mediterráneo, las montañas rodeándolo todo haciendo las veces de protectores padres, el aire azotándonos el rostro...
En lo alto de la Mesa se divisa, reconstruida y majestuosa, la torre que, al estar situada en uno de los puntos más elevados del litoral almeriense, sirvió durante muchos años como atalaya para evitar posibles invasiones. Y aunque el ascenso es sólo equiparable a la bajada a la Playa de los Muertos, merece igualmente el esfuerzo, ya que el regalo que a la vista se nos hace una vez en la cima desmerece cualquier objección: Carboneras a nuestros pies; un cúmulo de decenas de casitas blancas resplandeciendo por la incidencia del sol sobre ellas, bañadas casi por las hermosas aguas del Mediterráneo, las montañas rodeándolo todo haciendo las veces de protectores padres, el aire azotándonos el rostro...