lunes, 18 de junio de 2012

La cena

El "breve" relato que expongo a continuación es una creación propia con la que pretendo introducir un menú romano en la que podría haber sido una situación de la época, aunque AVISO, el texto no tiene ningún tipo de base histórica y es totalmente fantasioso, inventando así el lenguaje utilizado, claramente coloquial y de nuestro siglo, como muchas otras cosas.

¡Espero que lo disfrutéis! 


Cuando el chitón de seda resbaló por mi piel desnuda pude apreciar hasta que punto su calidad era superior a lo que estaba acostumbrada. Era de un ardiente color verde perla cerrado al hombro con un broche de cobre y apretado justo por debajo del pecho con una cinta marrón.
Ira y Livia se afanaban ahora con mi cabello. Suavemente ondulado y de un castaño oscuro, lo dejaron caer sobre mi espalda con libertad y brío, decorándolo con un complicado entramado de perlas que se agarraban a él y titilaban bajo la luz de las lámparas de aceite.
Una vez hubieron concluido, observé mi reflejo satisfecha.
-¡Atia!- resonó mi nombre desde el pasillo. Madre entró a continuación, con el rostro severo.- Atia, a prisa, nuestros invitados acaban de llegar y esperan conocerte.
Uní ambas manos con nerviosismo ante el pecho y recordé la razón por la que mi aspecto se presentaba tan deslumbrante aquella noche. Appius Caelius Lupus, un joven patricio de buena familia, había acudido a conocerme a mí y al resto de mis hermanas, entre las cuales debería elegir esposa.
En el fondo yo sabía que no tenía ninguna posibilidad; al fin y al cabo no era la más agraciada de las cuatro, y tampoco la más inteligente.
Me reuní con mis hermanas al pie de la escalera. Ahora que las tenía delante, mi túnica ya no me parecía tan especial.
Vipsania, la mayor, con su larga cabellera rubia se veía espectacular en su túnica melocotón. Plotina, que la seguía de cerca, llevaba el pelo también rubio, aunque de varias tonalidades más claras, recogido en un favorecedor moño, y una túnica azul cielo de aspecto aterciopelado. Y por último y tan solo un año menor que yo, estaba la más hermosa de todas, Missalina. Con túnica púrpura, cabello negro como ala de cuervo, piel pálida como las mismas perlas que decoraban sus sandalias, y ojos muy azules.
Me encogí, ya no tan segura de mí misma y con muchas más dudas que hacía unos instantes. Fue entonces cuando empecé a comprender que jamás tendría esposo, no al menos hasta que el resto de mis hermanas hubieran obtenido uno antes, porque, ¿quién elegiría a la oveja negra, la que siempre se metía en problemas y nunca escuchaba a sus superiores? ¿quíen elegiría a la normal y poco favorecida hermana de ojos oscuros? La respuesta era más que obvia, ¿o no?
-Vamos, niñas.- apremió madre mientras abría la marcha.
Una vez abajo sentí un nudo en la garganta y por un instante llegué a pensar que me desmayaría allí mismo, pero, mostrándome todo lo apacible de lo que era capaz intenté tranquilizarme.
Recorrimos con premura el largo pasillo que nos llevaría hasta el comedor. Escuché risas y bromas compartidas entre los hombres, la voz atronadora de padre por encima de las demás.
Y había llegado el momento.
Madre hizo una leve inclinación y, con voz profunda anunció:
-Vipsania, Plotina, Atia y Missalina, mis hijas.
Fuimos entrando en orden y con la vista baja, reverencialmente, como las buenas esposas que deberíamos ser. La sala se quedó en silencio.
Contuve la respiración, colocándome entre Plotina y Missalina, mientras nos inclinábamos las cuatro a la vez, como habíamos practicado.
Tenía unas terribles ansias por saber qué aspecto tendría Appius Caelius Lupus, pero no debía levantar la cabeza antes de tiempo, o podría parecer maleducada, tenía que esperar a hacerlo con las demás y cuando padre nos diera permiso.
-Niñas.-dijo entonces, como leyéndome el pensamiento. Con demasiada brusquedad y segundos antes que el resto, alcé los ojos y dejé que recorrieran la habitación con impaciencia.
La mesa estaba puesta, cubierta de olorosos platos y brillante cubertería. Junto a ella había cuatro hombres y una mujer. Uno de ellos era mi padre, orgulloso y grande. Sonreía amablemente bajo su áspera barba entrecana. Aquello me dio confianza, así que seguí observando. El hombre junto a él debía de ser Appius Caelius Receptus, el padre de nuestro posible prometido. Era casi tan grande y ancho como padre, y ambos parecían compartir la misma sonrisa de complicidad. Su esposa debía ser la que se encontraba a su lado, hermosa y frágil como una gota de agua.Y por último había dos jóvenes, uno de ellos era Lupus, el otro sería el hermano de este, Vedrix, el problema es que no sabía quien era quien.
Instintivamente, mis ojos se posaron en uno de ellos. Llevaba ropa militar de suaves telas, que le sentaban como un guante, ajustadas lo necesario como para poder apreciar su cuerpo esbelto y bien formado, de espalda ancha y fuertes brazos. Le recorrí brevemente con la mirada, intentando no parecer demasiado interesada, pero cuando llegué a su rostro quedé atrapada en sus ojos, que estaban clavados en los mios.
Eran de un negro intenso, brillante y con profundos retazos ambarinos. Eran los ojos más bonitos que había visto, y me miraban a mí, ¡dioses! ¡me miraban a mí!
Avergonzada, bajé la cabeza y oculté el rostro entre mis cabellos, consciente de la tonalidad rojiza que se extendía por mis mejillas.
Muy lentamente, y sin poder evitarlo, volví a dirigir mis ojos hacia él, con curiosidad. Sentí alivio y una extraña rabia al descubrir que su atención ya no me pertenecía, ahora observaba a Missalina, a la perfecta e incomparable Missalina, que con regodeo se atusaba el pelo.
-Queridas, -dijo la voz de mi padre, despertándome de mi ensueño contemplativo.- tengo el honor de presentaros a Appius Caelius Receptus, a su esposa Fabia y a sus hijos Lupus y Vedrix.- señaló a uno y después al otro.
Se me encogió el corazón y me maldecí en silencio. Lupus... Lupus tenia los ojos azules, no negros, era bajito y robusto, de cabellos color ceniza. Se parecía a su madre, era guapo, pero estaba terriblemente serio y se encogía un tanto, escondido tras su hermano. Por otro lado estaba Vedrix, en quien ya había reparado antes.
Vedrix, pude apreciar, no poseía la clásica belleza de rasgos pálidos y suaves, delicados como un susurro, sino que su rostro estaba dotado de un carácter y una fuerza inusuales. Era moreno, con la piel curtida por el sol, y tenía el cabello negro y enredado. Su sonrisa deslumbraba por su expresividad, extendiéndose de forma traviesa y alegre. Sin duda era atractivo, y su mirada le confería un magnetismo que impedía prestar atención a nada más en la sala.
Me obligué a mi misma a guardar la compostura y a serenarme. Un extraño cosquilleo había comenzado a revolverme el estómago, y ahora me subía por la garganta para dejarme sin respiración.
Mis hermanas tampoco parecían demasiado interesadas en el infortunado y poco llamativo Lupus, que seguía encogido y con la vista baja, sino que ahora parecían preguntarse si de verdad pretendía alguien que quisieran casarse con él estando Vedrix en el encuentro.
Padre llamó nuestra atención nuevamente, la comida debía comenzar.
En ese momento lamenté no haber prestado mayor atención a la disposición de los invitados en la mesa, así que me senté en mi lugar con el corazón encogido y la secreta esperanza de coincidir junto a Vedrix.
Sonreí con optimismo por primera vez en la noche, pensando que después de todo, y puesto que yo no sería la elegida de Lupus, no tenía que preocuparme por mi atracción hacia su hermano.
-Es perfecto...- escuché un susurro en mi oído.
-Pero no es para nosotras, hermana.- Plotina me sonrió con picardía ante una respuesta tan poco propia de mi personalidad.
-No mires ahora, pero se ha sentado frente a ti.- continuó, con tono conspiratorio.- Supongo que nos veremos obligadas a mantenerle entretenido
Me recorrió un escalofrío de satisfacción, sin embargo, la primera mitad de la velada transcurrió sin ningún sobresalto y conmigo silenciada como en un entierro. Plotina, por otra parte, sí que charló con Vedrix como si se conocieran de toda la vida, mientras yo le observaba embelesada y de forma esquiva.
El menú aquella noche era verdaderamente exquisito, y al menos eso pude disfrutarlo. Como gustatio, puré de lechuga con cebolla y queso con piñones. De prima mensa lechón asado relleno con hojaldre y miel, todo ello acompañado de vino de dátiles, y por último, como secunda mensa, manzanas asadas con frutos secos, melca y galletas dulces.
Devoré el lechón con verdadero placer, degustándolo y manteniendo después su sabor con un sorbo de vino suave.
-Jamás había visto a nadie disfrutando de esa forma un trozo de carne.
A punto estuve de atragantarme al escuchar aquella voz, que se dirigía a mí, sin lugar a dudas.
Plotina me dio un golpecito en la espalda mientras intentaba arreglar mi falta de elegancia.
-Atia ha pasado hoy una larga jornada de trabajo junto a padre en los establos. Hemos adquirido una nueva yegua, y ella siempre ayuda en la doma, es toda una experta.
-Oh, ¿de veras?- Vedrix alzó una ceja con diversión.- Jamás lo habría imaginado, una joven tan modesta... no parece el tipo de persona que domaría caballos.
Plotina soltó una carcajada, llevándose la mano a la boca con delicadeza.
-¿Modesta? ¿Atia? Vaya, creo, mi señor, que es la primera persona que utiliza dicho adjetivo al referirse a mi querida hermana.
Los negros ojos de Vedrix se desviaron hacia mí, estudiándome con curiosidad. Entonces me pregunté  en qué momento me había convertido en el centro de la conversación, y decidí sin dudar que no me gustaba.
-¿Y cómo debería referirme a ella, pues?- Vedrix se recostó contra la silla y se cruzó de brazos. Una media sonrisa le iluminó el rostro. Estaba jugando, jugaba con ambas, le gustaba ver cómo yo me sonrojaba y Plotina respondía a todas sus preguntas de forma complaciente.- Creo que debería saberlo,  al fin y al cabo mi hermano apreciará mi opinión respecto a la elección de esposa, y hasta el momento ninguna candidata ha sobresalido por encima de las demás.
Me mordí el labio, deseando que Plotina no contestara, pero le faltó tiempo para hacerlo, sonriendo ampliamente y observándome de reojo.
-Por supuesto, por supuesto...- hizo una pausa, para dar mayor intriga a sus palabras.- Pues verá, mi señor, Atia es cabezota y respondona, interesada, desobediente e indomable, siempre quiere tener la última palabra y nunca da su brazo a torcer.
No pude contenerme por más tiempo.
-¿Perdón?- alcé la voz y solté los cubiertos con un fuerte golpe sobre la mesa.- ¿Quieres que describa lo maravillosa que eres tú, hermana? ¡Porque podría decir un par de cosas que...!
Toda la mesa se había quedado en silencio, sólo Plotina intentaba contener la risa. Vedrix sonreía de forma encantadora y con un matiz divertido, pero sin malicia. Padre había fruncido el ceño.
-No será necesario, ¿verdad, Atia?
Tragué saliva y asentí enérgicamente.
Madre sonrió con nerviosismo, observando de reojo a nuestros invitados y sus reacciones. Para mi sorpresa (y también la suya, debo decir)  Appius Caelius, el padre de Vedrix y Lupus, estalló en una sonora carcajada, rompiendo el incómodo silencio.
-Con temperamento, ¡me gusta!- golpeó la mesa con un puño cerrado para remarcar sus palabras.
Me quedé con la boca abierta y sin saber qué decir, otro tanto le pasó a mis honorables mayores, que primero me miraban a mí y seguidamente a Appius Caelius, sin saber cuál de los dos estaba más loco.
-Yo, eh...- tartamudeé, removiéndome en mi asiento y bajando la vista a mi plato a medio terminar.
Mis mejillas se tiñeron de rojo.
Madre reaccionó entonces, viendo una oportunidad incomparable.
-Oh, bueno, nuestra Atia es así, ¡con ella uno nunca se aburre! Siempre anda metida en todo tipo de entrañables aventuras, ¿verdad, querida?- se rio con ganas, como si de pronto yo fuera la persona más increíble que existía en todo el mundo.
Intenté decir algo, pero no tuve tiempo de responder.
-He oído que domas caballos, lo que me pregunto es si además también sabes cabalgar sobre ellos.
Los negros y profundos ojos de Vedrix se clavaron directamente en los míos, produciéndome intensos cosquilleos en la boca del estómago. Sus labios permanecían curvados en una sonrisa de medio lado que tan bien podría haber sido de burla como de admiración.
Tragué saliva, indecisa. No estaba segura de que fuera apropiado revelar mis dotes como amazona ante aquella gente, al fin y al cabo no estaba bien visto entre las mujeres patricias, y si de verdad quería tener alguna posibilidad de convertirme en la esposa de Ved... jum... Lupus, decir que cabalgaba como un muchacho no ayudaría.
Vedrix debió de adivinar mi litigio interior, porque su sonrisa se hizo aún más amplia.
-No pasa nada si no sabes, Atia, sólo me pareció que podría ser interesante organizar un pequeño torneo amistoso.
Rió alegremente ante su propia ocurrencia.
Me mordí el labio con frustración. Yo sabía que intentaba provocarme, y que lo maduro y apropiado  habría sido bajar la mirada y guardar silencio como si no hubiera ocurrido nada, el problema era que nunca había sido muy buena dejando correr los desafíos.
Miré a padre, que pareció encogerse de hombros; miré a madre, que se había cruzado de brazos y había fruncido el ceño, negando con la cabeza marcadamente; miré a Plotina, que sonreía con picardía y me animaba a continuar; y por último mis ojos volvieron a Vedrix.
-Al fin y al cabo, -dijo con lentitud, permitiendo que cada una de sus palabras calara en mi interior.- una joven nunca podría ganar una competición ecuestre, ¿no es así?
Nos miramos a los ojos largo rato y con fijeza, ambos esperando a que el otro parpadease, pero ninguno lo hizo. ¡Dioses! ¡Me había cogido! Había averiguado como hacerme perder la cabeza y lo estaba utilizando en mi contra.
Muy bien, pues.
-Sería un placer para mi ser partícipe de un evento como ese.- me consentí una sonrisilla de suficiencia.
Vedrix asintió, con el rostro velado por la inexpresividad, y dirigió la mirada hacia su padre esperando el consentimiento. Appius Caelius se encogió de hombros.
-No creo que un torneo amistoso le haga ningún mal a nadie.- soltó una carcajada. -¿Tú que piensas Aelius?
Padre se sirvió una nueva copa de vino, me escrutó con detenimiento, y, finalmente, asintió.
-Podría ser interesante.
-¡Aelius!- se envaró madre, intentando morderse la lengua pero sin poder resistirse a mostrar su desacuerdo ante aquella "locura".
-No tiene de que preocuparse, mi señora, su hija estará completamente a salvo de todo daño o habladurías.- intervino Vedrix, sosegando los ánimos con una alegre sonrisa. Pude escuchar con claridad como mis hermanas suspiraban con deseo, e incluso se apreció un relajante cambio en el rostro de madre.
-Estoy seguro de que a mi hermano también le encantaría participar, ¿no es así, Lupus?
El aludido saltó sobre su silla, ajeno a todo el barullo que se había causado y al giro de los acontecimientos. Rápidamente asintió, como con miedo a decepcionar a alguien. Sentí lastima por él y consideré que después de todo tener a Missalina como hermana no era tan malo en comparación a tener a Vedrix como el mismo. Así que, con generosidad, dediqué una dulce sonrisa a Lupus.
-Decidido pues.- Appius Caelius rió de nuevo, haciendo temblar la mesa con el golpeteo de su barriga.
No mucho después mis hermanas y yo fuimos enviadas a nuestra habitación porque <<para estar bellas hay que dormir, queridas>>, palabras textuales de nuestra madre, que después de todo no parecía del todo insatisfecha con la velada.
Nos despedimos de los invitados con una inclinación de cabeza y corrimos a desaparecer por la puerta.
Al pie de la escalera, madre me retuvo.
-Atiende, Atia, -me colocó un rebelde mechón de pelo oscuro tras la oreja, y frunció el ceño.- con sinceridad, no esperaba que las cosas salieran tan bien contigo. Me has sorprendido gratamente.
No sabía si sentirme ofendida o complacida, pero tampoco pude decidirme, puesto que madre no había acabado.
-Has conseguido interesar al hijo mayor de Appius Caelius, y eso puede ser un punto a favor o un punto en contra. De ti depende el resultado de todo esto
Asentí energicamente, y ella me dejó ir.
Reflexioné sobre todo lo sucedido durante la cena, y no conseguí llegar a una conclusión coherente.
Madre me creía la principal candidata a esposa de Lupus, algo que yo jamás hubiera podido imaginar, y que hacía tan solo unas horas antes ni me planteaba. Pero, ahora que parecía tan cerca, ¿era realmente lo que quería?
Intenté descansar, el día que me esperaba parecía duro. Habría de entrenar para la competición.
No podía perder. No ante Vedrix.



Zaida 1º Bach. D


No hay comentarios:

Publicar un comentario